Transcurre marzo y nos encontramos en el auto por la Ruta Nacional 3 dispuestos a disfrutar el extremo sur del continente. Así es que optamos por un itinerario que vaya sucediendo, pulsando nuestro ritmo.
La magnitud es la protagonista. Mientras avanzamos observo la vastedad patagónica y, aunque se perciba de modo implícito, el paso del hombre en la distribución de esas tierras, kilómetros de extensión de planeta parecieran no contactarse con lo humano.
En antagonismo con lo enorme por antojo, a medida que avanzamos hacia latitudes próximas a las de las Islas Malvinas, percibo la beneficiosa inmensidad de los acantilados que con su borde reciben y contienen al Mar Argentino y, al mismo tiempo, permiten ser a determinadas posibilidades de lo viviente.
Ya estamos en Río Gallegos, Ushuaia queda para una próxima vez. Entre las opciones, barajamos la de cruzar a la Provincia de Última Esperanza de Chile y explorar el recomendado Parque Nacional Torres del Paine.
Nos llama la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena, tenemos carpa, accesorios y ganas de montaña. Al día siguiente cruzamos la frontera por el paso Cancha Carrera y entramos en contacto con El Ovejero, un pequeño pueblo chileno. Compramos algunas provisiones y continuamos avanzando hacia el Parque Nacional sin imaginar la posibilidad de volver.
Nos aventuramos al conocido Circuito de la W caminando un promedio de 7 horas por día. Torres del Paine nos sorprende con sus encantos a cada ahora. Llega el momento de regresar al campamento base y allí pasamos nuestra última noche en el Parque con la idea de regresar a Argentina para empezar a conocer Calafate y el Parque Nacional Los Glaciares en los próximos días.
El movimiento planificado se interrumpe por una falla en el auto. El motor empieza a subir su temperatura tan sólo de encenderlo, puede que la temperatura bajo 0 haya hecho lo suyo durante nuestros días de caminata. Un francés nos regala un líquido que podría servirnos y nosotros le agradecemos con un rico tinto.
El Ovejero, ese paraje en el medio de la inmensidad, es nuestra alternativa. Pidiendo por lo bajo llegar, llegamos. Una vez allí, los vecinos nos sugieren que veamos a Víctor. Golpeamos las palmas y sale una mujer, nos comenta que Víctor estará en un rato, pasa el rato y Víctor llega.
Tiene fosa para ver el auto, conocimiento y muchas ganas de ayudarnos. Así y todo, pasan las horas y llegamos a la conclusión de que la mejor opción será hacerlo ver por un mecánico en Puerto Natales.
Compramos todas las botellas de líquido refrigerante que encontramos en el paraje, y pedimos por lo bajo, por lo alto y en todas las direcciones llegar al próximo destino. Nos separan 60km de ripio.
El ascenso de la temperatura del auto se suspende en un punto que permite el movimiento y pareciera cedernos otra oportunidad, llegamos a la ciudad. Una vez ahí, recordamos que es domingo y, además, santo.
Conseguimos alojamiento y nos disponemos a recorrerla caminando. Sin contemplar que nuestro paso a paso sucede en la ciudad capital de la provincia de Última Esperanza, observo a unas mujeres conversando a la altura del Muelle Viejo del Golfo de Nápoles y me acerco a comentarles nuestra necesidad de dar con un mecánico de confianza. Luego de oírme, se miran, dicen “Panchito” al unísono y yo sonrío. Me cuentan que Panchito es el hijo de una de ellas, María, y hermano de la otra, Mónica. Que está en Punta Arenas visitando a su otro hermano, llegará más cerca de medianoche y que nos llamarán para coordinar e ir al hotel a ver el auto. No es mecánico, pero se las ingenia. Sonrío una vez más, seguimos conversando y luego cada uno sigue su camino.
Se acerca la medianoche y recibimos el llamado. Parte de la familia se acerca al hotel para darnos una mano. Panchito mira, revisa, prueba, saca, pone y nos cuenta que es mejor que vayamos a su casa. Descubro que, aún agradeciendo infinitamente de corazón su gesto, se presentan algunas ideas concebidas en otro tiempo y espacio que disparan alertas acerca de eso que estaba sucediendo. ¿Son propias esas ideas en relación a lo no conocido? ¿Alguna vez le abrí las puertas de casa a un extraño?
No sólo nos ayudaron a resolver la problemática del auto, me enseñaron a repensar creencias. A estar disponible al vínculo con un otro, presente, que cree en la humanidad de última esperanza.
¡Siempre Gracias Queridos Natalinos!
– Quimey
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