HAKUNA MATATA… IDEAS EN MOVIMIENTO

Recuerdo aquel almuerzo con Esta. Durante el día que compartimos en 2018 tenía 26 años, hasta entonces no había conocido a una persona de otra nacionalidad. Mucho menos, compartido casi todo un día con ella.

Nosotros estábamos viajando por África Oriental, casi recién llegados a Tanzania desde Kenia. Era igual de nuevo para nosotros compartir las primeras horas en aquel país con una persona que nos había ayudado la noche anterior.

Esta había nacido en Arusha, Tanzania, trabajaba como maestra rural en un pueblo cercano y volvía en bus a su ciudad natal cada vez que podía salir de la escuela. Transcurrían los días previos a la celebración de las Pascuas y, justo en ese bus, en ese día que ella volvía, viajábamos también nosotros desde Tanga.

Estábamos recién llegados a la tierra del hakuna matata y, casi simbólicamente, el aprendizaje hacía uso del camino para hacerse visible. El bus chocó. Un choque leve, de una sutileza que parecía una invitación a seguir revisando los modos habituales de dirigirnos.

Aún recuerdo la sorpresa de encontrarme en el medio de aquella ruta tanzana. Ruta en la que nuestro bus había chocado, donde nuestros bolsos y asientos se habían mojado, donde la densidad de las nubes no había dejado ni imaginar el tan esperado Kilimanjaro, donde el concepto tiempo cobraba otras dimensiones porque no alcanzaban ni dos veces los dedos de las manos para contar las paradas que el bus había hecho, donde mirar por la ventana era quedarme perpleja una y otra vez ante las condiciones de vida imperantes y, también, donde seguía agradeciendo, aún así, al vendedor de pasajes de la terminal de origen.

Ocurría que, ya habiendo cruzado la frontera de Kenia y entrados a Tanzania, sólo habíamos logrado cambiar unos pocos Chelines Tanzanos, una cantidad insuficiente para el pasaje del bus en cuestión. También sucedía que la terminal de buses de las afueras de la ciudad en la que nos encontrábamos estaba lejos de contar con un cajero automático y, a varios km más, se encontraba la remota idea de que la empresa de buses Raqueeb tenga la conocida maquinita para pagar con tarjeta o alguna app que ayude a resolver el asunto.

Esa ausencia del elemento dinero, de los billetes tanzanos, evidenciaba otras presencias no siempre atendidas. Tal vez, expresaba la oportunidad de encontrar nuevos medios de relacionarnos con eso que estaba sucediendo. Medios a través de los cuales podrían aparecer nuevos modos, poco habituales, que nos permitieran seguir avanzando.

En otras palabras, nos encontrábamos entre dos opciones. Pasar la noche junto al Océano Índico y encontrar una casa de cambio o un cajero en aquella ciudad portuaria. Probar otro camino.

Y así fue. Luego de carcajadas y expresiones inventadas ante la necesidad de comunicarnos con el vendedor – que nos hablaba en swahili, su lengua nativa – acordamos que podríamos viajar. Pagaríamos una vez estando en la terminal de destino con la nueva idea de que allí, sería posible cambiar más dinero o encontrar un cajero.

El conductor fue informado y dio su consentimiento. ¡Qué gratitud sentíamos hacia aquellos hombres!.

Las ideas esbozadas fueron invitadas a un nuevo movimiento.
Ni el bus llegó a un horario acorde a esa necesidad – se llovió la vida, paró más vidas y chocó en el camino -, ni la terminal ofrecía los elementos acordes a conjeturas imaginadas.

Había más creencias que revisar, más agradecimientos que sentir y más aprendizajes que vivir junto a la comunidad tanzana. Allí, más que nunca, hakuna matata.

– Quimey

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